Durante décadas, la dependencia europea de las grandes tecnológicas estadounidenses se consideró inevitable, una consecuencia natural de la innovación procedente del otro lado del Atlántico. Pero la inevitabilidad es una narrativa cómoda, no un destino. Y ahora la realidad se hace evidente: si Europa no construye sus propias alternativas tecnológicas, perderá no sólo su soberanía digital, sino también el control sobre sus instituciones, sus datos y la capacidad de recuperación de su economía.
No es la Big Tech lo que está en juego, sino los gobiernos que la albergan. Las tensiones geopolíticas, la desregulación de la privacidad en los Estados Unidos y la instrumentalización política del sector tecnológico estadounidense están poniendo al descubierto un riesgo que hasta hace poco era fácil ignorar: dependemos de infraestructuras digitales gestionadas desde fuera de nuestra esfera de influencia.
La incómoda verdad es que los datos públicos europeos, los procesos administrativos críticos y la información sensible se alojan en servidores sujetos a la jurisdicción estadounidense. ¿Y si mañana un decreto presidencial decide bloquear el acceso, tomar represalias o restringir los servicios? Europa no tiene plan B… todavía.
Algunos siguen argumentando que el cambio es caro, complejo o técnicamente inviable. Pero ignorar el problema es más caro. Seguir externalizando nuestra infraestructura digital es perpetuar una vulnerabilidad estratégica. La idea de que podemos seguir dependiendo de empresas con sede en Estados Unidos, con la esperanza de que los vientos políticos sigan siendo favorables, es una apuesta ingenua.
Además, no se trata sólo de seguridad. Se trata de la capacidad de decisión, la independencia económica y el fomento de la innovación interna. Un mercado digital europeo construido con herramientas estadounidenses es un mercado que financia puestos de trabajo, investigación y poder político… fuera de Europa.
La respuesta empieza a tomar forma con EuroStack, un esfuerzo articulado para crear un ecosistema digital europeo completo, desde el hardware hasta las aplicaciones. Infraestructuras en la nube, chips, redes, software, datos e IA. Un plan ambicioso pero necesario.
Sí, el mayor proveedor de nube de Europa tiene hoy solo el 2% del mercado. Sí, los gigantes estadounidenses dominan con el 70%. Pero este desequilibrio no es, en mi opinión, una fatalidad, sino una señal de lo mucho que queda por hacer. Y por eso EuroStack es una oportunidad.
Con empresas como SAP, Siemens, Deutsche Telekom, Aleph Alpha o Nextcloud ya identificadas como posibles pilares, y con un fondo inicial de 10.000 millones de euros, el proyecto quiere demostrar que hay capacidad europea para innovar y escalar. Puede parecer pequeño comparado con los billones de dólares de Big Tech, pero hay una diferencia importante: EuroStack se basa en software abierto, interoperable y adaptable. Y eso es una ventaja estratégica.
La responsabilidad de iniciar este cambio no recae únicamente en el sector privado. Las instituciones públicas deben ser las primeras en dar ejemplo. Seguir entregando los sistemas estatales a las nubes estadounidenses es una cesión desmedida de soberanía. Migrar los servicios públicos a plataformas europeas debería ser una prioridad política, no un proyecto secundario.
Además, el argumento de que «el software estadounidense es más fácil de usar» ya no puede justificar el inmovilismo. Si estamos renunciando al futuro digital de Europa porque no queremos volver a aprender a utilizar otro procesador de textos, entonces el problema es más profundo que técnico: es cultural y estratégico.
¿Puede Europa competir de verdad con las grandes tecnológicas en la nube?
Sí, puede. Pero no con discursos. Con decisiones concretas. Con inversiones coordinadas. Con políticas públicas firmes. Con el valor de cambiar los hábitos, aunque cueste.
La dependencia digital no es sólo un riesgo técnico: es un riesgo civilizatorio. Y hay algo casi irónico en ello: Europa, que ha construido su historia sobre la regulación, las normas y el equilibrio institucional, está aceptando que sus infraestructuras más críticas estén en manos de entidades privadas, reguladas por otros.
No se trata de un llamamiento ideológico, sino de un análisis frío: si no empezamos hoy, mañana será demasiado tarde. Y empezar requiere acción, no planes que perder de vista. O Europa decide construir ahora su soberanía digital, o seguirá siendo un mero usuario sofisticado de tecnologías ajenas, sin influencia real en la dirección de la innovación mundial.
La elección es sencilla: ¿queremos ser dueños de nuestra infraestructura digital o preferimos seguir siendo rehenes tecnológicos por pereza estratégica?