La transformación del diseño digital está en marcha. En un entorno saturado de productos tecnológicamente avanzados pero con escasa accesibilidad, la industria comienza a priorizar la usabilidad y la inclusión como principios estructurales. Esta tendencia responde a una demanda creciente: volver al usuario real, aquel que no necesariamente domina el lenguaje de la tecnología pero que también necesita soluciones digitales funcionales.
La experiencia de usuario, por tanto, se convierte en el centro del diseño. La premisa ya no es destacar por innovación visual o complejidad técnica, sino garantizar que los productos digitales respondan de forma clara, simple y eficaz a las necesidades reales de sus usuarios. La estética, en este contexto, debe estar al servicio de la funcionalidad del usuario final y no ser un fin en sí misma.
Este enfoque es el que defiende la empresa tecnológica Bleta, especializada en soluciones inclusivas. Desde su visión, el diseño debe ser útil, comprensible y cercano, alineado con las capacidades digitales del público al que se dirige. Cada elemento (navegación, estructura, contenido y estilo) debe contribuir a reducir la carga cognitiva y aumentar la autonomía del usuario.
El marco normativo europeo también está impulsando esta transformación. La Comisión Europea ha situado la accesibilidad digital como eje de su Estrategia Digital 2030, reconociendo la necesidad de eliminar las barreras que aún persisten para millones de ciudadanos. El Informe Sociedad Digital en España 2023 de Fundación Telefónica constata que solo el 43% de las personas mayores de 65 años usan aplicaciones móviles con autonomía, y un 42% reconoce que estas les generan estrés o inseguridad.
Sin embargo, más allá del cumplimiento normativo, algunas empresas apuestan por integrar la accesibilidad como responsabilidad profesional y social, anticipándose a las obligaciones legales. En este sentido, el diseño accesible se plantea no como una funcionalidad adicional, sino como un criterio transversal de calidad desde las primeras fases de desarrollo del producto.
Lejos de representar un obstáculo, la estética puede reforzar la experiencia de uso si se plantea desde un enfoque funcional. La coherencia visual y la simplicidad estructural ayudan a guiar al usuario, jerarquizando la información y reduciendo la sensación de desorientación. Este principio se resume en la idea de que “menos es más”, priorizando los elementos esenciales de cada pantalla y eliminando lo superfluo.
La creatividad, en este nuevo marco, no está orientada a impresionar, sino a resolver problemas. La interfaz debe responder a una necesidad real, generando confianza y eliminando la frustración que provoca una navegación confusa o un lenguaje inaccesible. El buen diseño, según los responsables de Bleta, no se limita a lo visual: también debe sentirse funcional y ser empático.
La consolidación de esta visión requiere un cambio estructural en la forma de entender el producto digital. El diseño inclusivo ya no se considera una especialidad, sino una forma de abordar el desarrollo tecnológico desde el origen. Esto implica revisar los criterios tradicionales de calidad, incorporando la simplicidad, la accesibilidad y la empatía como decisiones estratégicas, no como concesiones.
La conclusión que se impone es clara: el futuro del diseño digital no pasa por la sofisticación estética aislada, sino por la creación de herramientas claras, útiles y accesibles que permitan a todos (independientemente de su nivel de competencia tecnológica) beneficiarse del progreso digital. Diseñar para todos deja de ser una aspiración para convertirse en una necesidad operativa.